miércoles, 14 de noviembre de 2012

Nuestra distancia reducida a cero [K]




Solo por ti desearía estar muy lejos de donde ahora
me encuentro y de todo lo que conozco.
Quisiera estar contigo, tener la oportunidad
de un nuevo inicio.



I
No había dormido muy bien en toda la noche. Durante todas las horas recorriendo esa carretera oscura había tratado de distinguir algo en el paisaje. Alcanzaba a observar siluetas de árboles, edificios con sus luces apagadas o alguna forma extraña que se ocultaba en la oscuridad. Provocaba temor en cierta forma, comenzaba a creer que algo realmente grande se aparecería entre esas siluetas, el insomnio comenzaba a jugar conmigo. Escuchaba música, a solas, en aquel asiento de autobús que tenía vista hacia la ventana. Había sido un viaje largo, el viaje más largo que jamás había hecho, no soy del tipo de personas que viajan demasiado.
Miraba el reloj, esperando que las horas se volvieran minutos. Sabemos bien que no funciona apresurar él tiempo y yo lo sabía perfectamente pero era eso, mirar por la ventana un paisaje en penumbras o intentar en vano de dormir. Si, moría de sueño, pero mi cabeza esperaba contestar preguntas que nadie hizo en ese apretujado asiento de autobús. No descansaba ni un momento.
En unas horas ocurriría. Unos cuantos años de pláticas, planes y promesas quedarían resumidos en un sencillo y demorado encuentro. La chica de mis sueños frente a mí, rompiendo con esa distancia que siempre quise ver reducida a cero. El viaje valía la pena, también la falta de sueño. Todos los meses, cada desvelo, cada kilómetro que nos separaban, cada platica frente a una pantalla que parecía dividirnos en realidades diferentes. Todo eso sería superado, esperaba ansioso que pasaran las horas de un segundo a otro. Podría encontrarla, verla y sentirla tan cerca como nunca antes, escuchar de sus labios esa dulce voz que solo había escuchado a través de videos, de llamadas. Abrazarla, besarla y hacer una realidad extraída de un sueño. Esa mezcla de deseos e incertidumbre me hacía imposible dormir.
Comenzaba a amanecer, 6:30 de la mañana marcaba mi reloj de pulsera, llegaríamos a la estación de autobuses en 2 horas. Era poco en comparación con el camino que habíamos ya recorrido. Tome mi teléfono y busque en el alguna de las canciones que me por alguna u otra razón me recuerdan a ella. Me cruce de brazos, cerré los ojos y, sin darme cuenta, me quedé dormido.
II
La luz del sol había comenzado a darme en la cara. Abrí los ojos como si alguien hubiera azotado con fuerza la puerta de mi habitación. El autobús apenas se había detenido junto a la central, habíamos llegado ya. Esa siesta hizo el resto del viaje tan instantáneo, esas dos horas que restaban de camino ocurrieron de un momento a otro. Aun así no había sido suficiente para recuperar las horas casi eternas de insomnio, mis ojos se sentían secos y pesados y los músculos cansados y adoloridos. “¿Y en este momento piensas en dormir 5 minutos más?”, pensé mientras trataba de abrir totalmente mis ojos.
¡Maldición! Era cierto. Ella estaba, quizás, a unos metros de donde me encontraba y yo estaba pensando en ¿dormir? “Concentra te ¡vamos! Que no todos los días nos ocurre esto”, me dije dentro de mi cabeza esperando poner mi mente en orden. Prioridades, la chica por la que hice el largo viaje. Dormir sería para después.
Bajé del autobús cuidando de tener todas mis cosas conmigo. Conseguí el poco equipaje que había llevado para el viaje. Me detuve un instante dejando mi maleta en el suelo, puse mi mano detrás de mí cuello y suspiré. El aire olía distinto, era agradable respirar en una ciudad un poco más limpia, sin tantas fábricas, sin tantos autos. Era un extraño llegando a una ciudad con el objetivo de ver a una sola persona. Mi viaje habrá valido la pena en el instante en el que la haya encontrado.
Tomé mi maleta con una mano y con la otra abría la sección de mensajes de mi teléfono. Temblaba un poco, no hacia frio, pero los nervios de los que estaba muy consiente querían apoderarse de mí. “No es tiempo para ponerse así…”, pensé. En el momento en el que pudiera abrazarla estaba seguro que olvidaría cualquier rastro de nerviosismo. El mundo entero se detendría y yo estaría bien con eso. La quiero, en verdad que quiero a esa chica. Siempre me sorprendió la forma en que me pudo conquistar con bromas, pláticas, fotografías y su forma tan peculiar de ser. Es hermosa además, en verdad que lo es…
Los escalofríos desaparecieron sin percatarme de ello. Entre los mensajes de mi teléfono tenia uno pendiente de ella, “Trataré de estar ahí cuando tu autobús llegué a la central, te quiero”. “Recibido hace 1 hora”, decía la información del mensaje. Sonreí, sus palabras me hicieron notar aún más lo cercanos que estábamos ya.
Continué caminando con mi maleta en una mano y el teléfono en la otra, tratando de escribir torpemente un mensaje como respuesta para ella. “Ya estoy en la central ¿lo estás tú también?”, terminé de escribir el mensaje y lo envié al mismo tiempo que entraba en la central. Provocaba un poco de ansias, el saber si respondería rápido o no, el saber si acaso no lo respondería porque ella ya estaba ahí. ¿Me reconocería o no?
Busqué de inmediato algún baño cercas, el viaje y el insomnio seguramente no fueron benévolos con mi aspecto. Entré al primero que vi, deje la maleta en el suelo y me miré frente al espejo. Estaba un poco despeinado por la pequeña siesta en el asiento de autobús, nada del otro mundo. Revisé debajo de mis ojos tratando de hallar ojeras a causa del sueño. Por suerte no hallé ninguna, después de todo no había sido tanto el desvelo. Tomé algo de agua con las manos, peine mi cabello y lavé un poco mi cara. Quité algunas arrugas de mi playera con mis manos, acomodé la parte de abajo de mis pantalones y revisé que mis zapatos estuvieran limpios. Recordé cada cosa que mira ella en un hombre y trate de asegurarme cumplir con cada requisito o… bueno, al menos hice el intento. Tome mi maleta y salí del baño listo para encontrarla.
Me detuve junto a una pared, lleve mi mano de nuevo a mi cuello y miraba a todos lados tratando de no verme demasiado sospechoso. Caminaba la gente junto a mí, me pasaba de largo caminando en distintas direcciones ¿y dónde estaría ella? Nunca acordamos un lugar en específico y sentía que la central era un lugar complicado para encontrar a alguien.
El pensamiento de que quizás podría estarme viendo en ese instante me alegraba y desesperaba al mismo tiempo. Yo solo quería verla ya, ver un rostro “conocido” y hermoso después de un viaje tan largo e incómodo. ¿Y cómo debería de reaccionar yo? ¿Tratarla como en una primera cita “Hola, que gusto verte” y un saludo con la mejilla? ¿O darle un largo abrazo como si me hubiera ausentado varios años?
(No se conoce a la chica de tus sueños todos días…)
Sonó mi teléfono por un mensaje entrante, lo saque de mi bolsillo y revise de que se trataba. Un mensaje de ella, justo lo que quería ver. “Voy un poco tarde, espérame unos minutos ¿sí?”. Bien, quizás no quería leer algo como eso pero sabía al menos que venía en camino. De alguna forma ese mensaje me dio un respiro de las ansias que llevaba en cargando en el pecho, de saber si estaría ya a unos cuantos pasos de mi o no.
Guarde mi teléfono y me senté en una fila de asientos cerca de donde había estado de pie. Solo me quedaba esperarla tratando de controlar cualquier pequeña señal de ansias o nervios. Lo admito, fue inútil.
Miré al techo, después a mis zapatos, llevaba apenas unos segundos ahí y comenzaba a desesperarme. Saque mi teléfono para hallar una buena canción como distracción al mismo tiempo que buscaba mis audífonos en mis bolsillos.
“Hola guapo”, escuché que alguien dijo aquello justo detrás de mí. Me voltee extrañado de quien podría ser, no pensé nada, ni siquiera lo sospeche. Era ella, de pie detrás de mi asiento riéndose de la expresión en mi cara. Aun no podía creerlo, la esperaba en unos minutos más, sin embargo estaba ahí, justo detrás de mí, con esa sonrisa que siempre había amado en fotografías. El mundo en ese instante se detuvo. Éramos nosotros dos en una estación de autobuses donde solo importábamos ella y yo.
Se acercó a mí y me besó la mejilla al mismo tiempo que me abrazaba poniendo sus brazos alrededor de mí cuello. Habíamos dejado de estar en realidades diferentes. Estaba ella ahí y yo con ella, mandando al carajo cada uno de los kilómetros que la mayoría del tiempo llegábamos a odiar. Sentía sus brazos alrededor de mí, tan cálida como siempre la imagine. Puse los míos alrededor de ella y la abrace también. Los asientos entre nosotros hicieron ese primer saludo un poco incómodo. No importó. Solo disfrutamos en ese primer abrazo que había demorado demasiado. Mi mundo se detuvo… y nuestra distancia de redujo a cero.
III
Ella se reía aun por la pequeña mentira que me yo me había tragado por completo. Agregó algo de sorpresa a ese encuentro que estaba ya demasiado planeado. ¿Y porque lo hizo? Soy el tipo de persona que se hace preguntas tontas que en realidad no vienen al caso. Ella sonreía, sabiendo que me preguntaba justamente el porque de su mensaje.
Sonreí yo también soltando una pequeña risa. “Seguramente ya me habías visto cuando mandaste ese mensaje. ¿No era más fácil llamar mi atención? ¿Acercarte a mí? Algo que fuera más sut…” le dije, pero ni siquiera me dejó terminar de hablar. Se acercó a mí de un momento a otro y me plantó un beso entre mi mejilla y mis labios. Los suyos se sintieron tan suaves a pesar de haber durado sido solo un instante. Que tentación y que forma tan perfecta para callarme de una vez.
Me miró, con esos ojos detrás de los cristales de sus gafas y me sonrió, sabiendo que ese beso valía más que cualquier explicación que ella pudiera darme. Le sonreí yo también, olvidándome de cualquier reclamo o broma tonta que quisiera hacer en ese momento. La abracé por la cintura al mismo tiempo que la acercaba a mí. Su figura siempre me había encantado, la calidez y la suavidad de su cuerpo provocaba querer abrazarla por siempre.
Ella me rodeó con sus brazos también, acomodando su cabeza en mi hombro. El aroma de su cabello entraba a mi cuerpo con cada respiro. Un perfume más delicioso que cualquiera que pudiera haber inventado en sueños. Los murmullos de la central de autobuses se habían extinguido. En esa fracción de minuto solo existía ella y el sonido de su respiración, haciendo eco en ese abrazo que duró una eternidad que quisiera repetir a diario.
Se sentía tan cómodo estar entre sus brazos y ella en los míos. Un refugio que había estado esperando no solo durante el viaje, si no desde el momento en el que me enamoré de ella. Volví a la realidad cuando un bostezo involuntario exigió algo de aire. Se percató de aquello y se separó un poco de mi para verme a los ojos. “¿No dormiste bien en el camino?” preguntó dándose cuenta de la expresión de cansancio en mi cara. “No demasiado”, le dije sonriéndole, tratando de no tomarle demasiada importancia a las horas de sueño que me hicieron falta.
“Deberías de ir a dormir un poco antes de salir hoy a algún lado”, sugirió ella. La idea no me gustaba del todo ¿Desperdiciar horas durmiendo cuando podría estar con ella, salir a pasear, comer algo juntos, conocer la ciudad? Creía que podía soportar descansar hasta el final de día, aún era de mañana y no iba dormir en ese momento solo para compensar unos cuantos bostezos. “No, así estoy bien, en serio”, le dije tratando de convencerla, de nuevo, de que el sueño que cargaba en mis ojos no era la gran cosa.
Me miró con los ojos entre cerrados, sabiendo muy bien que lo decía solo por decir. Yo le sonreí y con abrazo le dije: “créete un poco lo que te digo”. Dejé de rodearla con mis brazos para sacar mi teléfono de mi bolsillo y busqué un poco por los menús. “¿Sabes que deberíamos hacer?”, le dije tratando de cambiar un poco el tema, “buscar el hotel para dejar ahí mis cosas”, le dije mostrándole la dirección que había guardado yo en mi teléfono.
“Ni siquiera tenemos que buscarlo, te había dicho que yo ya sé dónde está”, dijo aquello al mismo tiempo que fruncía el ceño. Cuando vi esa expresión en su rostro me recordó a las caritas que me escribía en nuestras conversaciones, siempre las usaba cuando yo no entendía algo que ella estaba cansada de explicar. No me opuse a lo que dijo, ella tenía razón, yo escribí la dirección solo por ser precavido (y por el pensamiento paranoico de que al llegar a la ciudad ella podría no aparecerse).
Salimos de la central de autobuses, hablando de lo curioso que era el ya estar juntos. Uno caminando a lado del otro después de haber estado separados por cientos de kilómetros. Conversar con ella se volvió algo más, algo que pocos llegamos a apreciar entre la rutina de ver alguien a diario. El escucharla reír, el ver las expresiones de su rostro, los gestos que hacía con sus manos. Todo era en vivo, y yo me sentía vivo también.
Nos invadió un pequeño silencio entre la conversación. No fue un silencio incomodo, simplemente nos tomamos un descanso de la conversación. Una que no se había detenido desde que salimos de la central. Seguimos caminando con un paso lento pero constante, en mi mano llevaba yo mi maleta que hacía sonar sus ruedas en la acera, y en mi hombro colgaba mi mochila.
Volví la mirada hacia ella sin detenerme ni recudir el paso, contemple al sol levantándose sobre ella, los rayos de sol se deslizaban entre su oscuro cabello y hacía brillar el tono claro de su piel. Sus labios rosados tentaban a mis ojos, observarlos de perfil se volvió en ese instante todo un privilegio. La mezcla entre ese momento y su belleza fue algo increíble.
Volteó hacía a mí y me sorprendió perdiéndome en los detalles de su rostro deslumbrados por el sol. Me sonrió y yo le sonreí también. Hubo ahí una conversación sin palabras que duro una fracción de segundo, conversamos en ese instante más de lo que lo habíamos hecho por escrito durante meses y casi años. Seguimos caminando, sin dejar de mirar hacia adelante tome su mano que estaba ya a unos cuantos centímetros de la mía. Pude observar como sonrió de nuevo.
Recuerdo como una sonrisa se dibujó en mis labios sin ni siquiera pensarlo. Seguimos conversando el resto del camino. Hablando de una cosa y de la otra. Extrañas y graciosas, todo aquello sin dejar de caminar ni separaros de las manos un solo instante. Sus dedos encajaban perfectamente entre los míos. Lo creí y lo sigo creyendo.
IV
Nunca había pedido un cuarto de hotel, pero las muchas películas que he visto fueron suficientes para parecer que lo había hecho antes. Subimos hasta el segundo piso ella y yo, conversando y bromeando sobre cualquier cosa. Abrí la puerta con llave de mi habitación y dejé que entrara primero. Dejé la maleta cerca de mi cama y la mochila encima.
No te mentiré, me recorrían un poco los nervios en ese momento. Yo con una chica hermosa, solos en un cuarto de hotel. Siempre tuvimos conversaciones sobre qué haríamos cuando estuviéramos juntos. Ese momento había llegado y yo no sabía exactamente qué hacer. Cúlpame por no ser un tipo espontaneo.
“¿Puedo ducharme? Se me hizo tarde en la mañana y no me dio tiempo de bañarme”, me dijo de pronto mientras buscaba alguna toalla cerca del baño. “Ohm, claro, yo debería de usarlo primero por ser mío, pero está bien”, le dije en plan de broma mientras le sonreía. Ella rio e hizo una mueca. “Esta bien, no me tardo”, me guiñó el ojo y cerró la puerta del baño.
Trataba inútilmente de sacar cualquier pensamiento acerca de lo que estuviera ocurriendo detrás de esa puerta. La mente me traicionaba. Me senté en el borde de la cama con mi teléfono en las manos. Pensé en recostarme unos instantes, no sé, quizás algo interesante ocurriría cuando ella saliese de ducharse. No sabía si estaba dejando volar demasiado mi imaginación, pero la idea no le desagradaría a nadie.
Recosté mi cabeza en la almohada y entre cerré los ojos un instante. No supe más, definitivamente me quedé dormido de un momento a otro. Típico de mí dormir cuando menos lo deseo.
Pasaron unos minutos solamente hasta que desperté, sin moverme demasiado de mi lugar. Sentí alguien junto a mí que deslizada su mano sobre mi cabeza. Era ella, recostada junto a mí, aún con sus manos tibias por el agua caliente de la regadera y con aroma a shampoo. Me acariciaba el cabello con una mano al mismo tiempo que tomaba la mía con la otra.
Mechones de cabello cubrían parte de su rostro, ahora sonrosado por el baño que acababa de tomar. Parecía perfume el que sentía salir de su cabello, de su cuerpo. Podría morir sin ninguna protesta si pudiera aspirar ese aroma hasta quedarme dormido para siempre. Sus manos tibias se paseaban por mi cabeza, provocaba una relajación tan grande que casi noqueaba los sentidos.
Vio mis ojos entre abiertos, se dio cuenta de que había despertado. No se detuvo, siguió acariciando mi cabello al mismo tiempo que se acercaba y me plantaba un beso en la mejilla. De nuevo me percate del enorme sueño vuelto realidad que era sentir sus labios. Unos hermosos labios que podría acariciar con los míos dejando de lado los segundos, los minutos. Jugar con ellos al lenguaje que se olvida de las palabras. Conversar enmudecidos escuchando nuestra respiración, nuestros palpitares. Intercambiar trozos de alma entre cada movimiento de los labios.
Me sonrió, pero la extrema relajación provocada por sus caricias me hizo imposible responderle con una sonrisa. Con las pocas fuerzas que tuve me acomode un poco mejor, la rodee con el brazo y la acerqué a mí. Se recostó a mi lado y acomodó su cabeza en mi pecho. Mi corazón aumentó el volumen y velocidad de sus latidos al sentirla tan cerca de mí.
Cerró sus ojos y soltó un pequeño suspiro. Hubo una mescla preciosa del sonido de su respiración, el aroma de su cabello perfumado, la tibieza de su cabeza sobre mi pecho y el cansancio que asaltaba aun a la parte de mi cuerpo que quería permanecer despierta. El pensamiento de soñar a su lado terminó por convencerme…
No dijimos nada más en ese instante. Nos quedamos dormidos juntos en esa callada habitación de hotel. Dormir era lo último que quería. Ella puso mis pensamientos en mi contra con esas caricias y ese beso en la mejilla. La suavidad de sus manos y el aroma de su cabello conquistaron cada latido que escuchó mientras se recostaba en mi pecho.
Fue indescriptible. Nuestra distancia reducida a cero.


(…)
Atardecía. El día entero se había quedado con más de una conversación, con más de una sonrisa de sus labios, con más de un par de abrazos. Soplaba el viento, hacía bailar las hojas, despeinaba su cabello.
Caminábamos juntos por el parque cuyas veredas aprendí de memoria. Las farolas comenzaron a encenderse al mismo tiempo que moría el sol en el horizonte. Aun había luz, una luz suficiente para pintar de acuarela el cielo de naranja y lavanda. Aceleró ella el paso, invitándome a seguirla sin preguntar a donde se dirigía.
Se detuvo bajo un árbol cuyos retoños se asomaban en sus ramas, haciendo la lucha por crecer y encontrarse con la luz y el viento. Había césped debajo de él, el asiento perfecto para disfrutar de los últimos rayos de sol.
Me senté y la invité a que lo hiciera también. Se sentó entre mis piernas acomodando su cabeza junto a la mía. La rodee con mis brazos por la cintura mientras tratábamos de estar lo más cómodos posible. Apoyé mi cabeza en la suya y dibuje en mi mente el aroma de su cabello. Guardo hasta hoy esa pintura de aromas en mi cabeza.
No eran necesarias las palabras. Era nuestro sereno silencio y la música que tocaba el viento. Movió su cabeza y se acercó más a mí. Comenzó a besarme en el cuello con la suavidad de la seda en sus labios. Jugó con ellos en mi piel tentándome a querer robarle un beso para guardarlo por siempre. Provocaba un cosquilleo que erizaba al alma de placer. Las manos se movían involuntariamente acariciando su cintura, mis labios exigían un roce de los suyos.
Me voltee sin pensarlo y besé sus labios de seda con la delicadeza que ella merecía. Eran tan suaves, eran deliciosos, como pétalos de rosa acariciando la punta de los labios. Sabía que la cúspide de mi vida estaba resguardada en ese primer beso. Se volvió un emblema para un día perfecto con la chica perfecta.
Erizaba la piel, alimentaba los sentidos hasta dejarlos saciados. Ignoro cuanto duró pues el tiempo se olvidó de nosotros y nosotros de él. La besaba, la sentía, la acariciaba, intentando extender ese instante hasta la eternidad. Guarde la sensación de sus labios en los míos. Aun los siento cuando recuerdo nuestro primer beso.
Sopló el viento como recordatorio de una noche que poco a poco se ponía sobre nosotros. La abracé más fuerte y ella lo hizo también, tratando de resguardar la tibieza que en ese instante nos acobijaba. Nos miramos, sonreímos. Bastó el silencio, bastó ese beso.
Me acerqué a ella y besé su frente, agradeciéndole sin palabras una tarde y noche que sigo amando hasta el día de hoy. Me abrazó como respuesta, fue suficiente para ella y lo fue para mí también.
Nos pusimos de pie, y le dimos una última mirada al atardecer que ya estaba terminando. Nos tomamos de las manos y recorrimos el camino por donde habíamos llegado, recordando ese atardecer, ese primer beso, esas caricias, esos abrazos. La realidad superó a todo lo imaginado.
Besar en un instante así a la chica de quien había estado enamorado…