jueves, 16 de abril de 2015

Ocurrió un día de abril

Estaba frente a mi, sosteniendo mi gafete después de haberse puesto en mi camino. No dijo nombres, no hubo un saludo, simplemente apareció de pronto olvidándose del espacio vital que suele acostumbrar la gente desconocida.
No dice nada o el instante de silencio me parece más extenso de lo que es en realidad. ¿La he visto antes? ¿Me conoce ella a mi? Mira a mi gafete haciendo imposible ver su rostro claramente y que tenga puesta la capucha de su suéter tampoco me da muchas pistas de quien puede tratarse. Sin embargo veo con facilidad el tinte azul en su cabello que cubre casi totalmente su frente y parte de sus ojos. Una chica con el cabello así sería demasiado fácil recordar.
No pude evitar hacerme un poco hacia atrás, aunque se tratara de una chica inofensiva que no pasa de un metro sesenta.
Sube la mirada hasta mi rostro, puedo ver claramente sus ojos. Son tan brillantes, tan expresivos. Pareciera querer convencerme de algo que aun no me pide, como si fuera una experta en hablar y acariciar  con la mirada.
Es como si esos ojos brillaran desde dentro de la capucha de su suéter, no hay mas, solo esos ojos.
Suelta su primera pregunta demostrando interés en de donde venia yo y hacia donde me dirijo. Desconozco si se acercó a mi realmente con la intención de saber todo aquello, pero es una chica linda, uno no podría imaginarse que pudiera mentir en algo como esto.
Sopla un aire fresco, húmedo, una curiosa ventisca para tratarse de un viento de mediados de abril. Es de noche, llueve, las gotas de agua resuenan una a una en el paraguas que nos cubre a ambos.
Estamos solos, de pie en aquel parque con una oscuridad que solo nos permite vernos a ambos. 
Ella sigue aquí, casi dos años después frente a mi acariciando mi alma con sus pupilas. Sonríe, demostrando estar apenada, tranquila y feliz, todo en partes iguales. Me mira fijamente como si perder la vista de mis ojos fuera como soltar mi mano en la oscuridad. No dice nada, saboreo la dulzura de nuestro silencio acompañado de las caricias de sus ojos.
Sonrío. Siento en mi una tranquilidad que solo ella puede lograr, como un suspiro que recorre cada rincón de mi cuerpo.
Jamas creí amarla como lo hago hoy.
 La lluvia esta ahí, pero para mi dejó de existir. Solo es un sonido de fondo en un silencio que ha durado instantes y que parexieramos no querer terminar.
 (Al menos solo para decir algo en especial)
 “Te amo”. Me dice ella sin apartar la mirada.
 “Yo también te amo a ti”, le respondo como suelo hacerlo. La acerco hacia a mi y la rodeo con mis brazos. Deseando que estos instantes pudieran ser eternos.
Por Miguel