Solo por ti desearía estar muy lejos de donde ahora
me encuentro y de todo lo que conozco.
Quisiera estar contigo, tener la oportunidad
de un nuevo inicio.
I
No había dormido
muy bien en toda la noche. Durante todas las horas recorriendo esa carretera
oscura había tratado de distinguir algo en el paisaje. Alcanzaba a observar
siluetas de árboles, edificios con sus luces apagadas o alguna forma extraña
que se ocultaba en la oscuridad. Provocaba temor en cierta forma, comenzaba a
creer que algo realmente grande se aparecería entre esas siluetas, el insomnio
comenzaba a jugar conmigo. Escuchaba música, a solas, en aquel asiento de
autobús que tenía vista hacia la ventana. Había sido un viaje largo, el viaje
más largo que jamás había hecho, no soy del tipo de personas que viajan
demasiado.
Miraba el reloj,
esperando que las horas se volvieran minutos. Sabemos bien que no funciona
apresurar él tiempo y yo lo sabía perfectamente pero era eso, mirar por la
ventana un paisaje en penumbras o intentar en vano de dormir. Si, moría de
sueño, pero mi cabeza esperaba contestar preguntas que nadie hizo en ese
apretujado asiento de autobús. No descansaba ni un momento.
En unas horas
ocurriría. Unos cuantos años de pláticas, planes y promesas quedarían resumidos
en un sencillo y demorado encuentro. La chica de mis sueños frente a mí,
rompiendo con esa distancia que siempre quise ver reducida a cero. El viaje valía
la pena, también la falta de sueño. Todos los meses, cada desvelo, cada
kilómetro que nos separaban, cada platica frente a una pantalla que parecía
dividirnos en realidades diferentes. Todo eso sería superado, esperaba ansioso
que pasaran las horas de un segundo a otro. Podría encontrarla, verla y
sentirla tan cerca como nunca antes, escuchar de sus labios esa dulce voz que
solo había escuchado a través de videos, de llamadas. Abrazarla, besarla y
hacer una realidad extraída de un sueño. Esa mezcla de deseos e incertidumbre
me hacía imposible dormir.
Comenzaba a amanecer,
6:30 de la mañana marcaba mi reloj de pulsera, llegaríamos a la estación de
autobuses en 2 horas. Era poco en comparación con el camino que habíamos ya
recorrido. Tome mi teléfono y busque en el alguna de las canciones que me por
alguna u otra razón me recuerdan a ella. Me cruce de brazos, cerré los ojos y,
sin darme cuenta, me quedé dormido.
II
La luz del sol
había comenzado a darme en la cara. Abrí los ojos como si alguien hubiera azotado
con fuerza la puerta de mi habitación. El autobús apenas se había detenido
junto a la central, habíamos llegado ya. Esa siesta hizo el resto del viaje tan
instantáneo, esas dos horas que restaban de camino ocurrieron de un momento a
otro. Aun así no había sido suficiente para recuperar las horas casi eternas de
insomnio, mis ojos se sentían secos y pesados y los músculos cansados y
adoloridos. “¿Y en este momento piensas en dormir 5 minutos más?”, pensé
mientras trataba de abrir totalmente mis ojos.
¡Maldición! Era
cierto. Ella estaba, quizás, a unos metros de donde me encontraba y yo estaba
pensando en ¿dormir? “Concentra te ¡vamos! Que no todos los días nos ocurre
esto”, me dije dentro de mi cabeza esperando poner mi mente en orden.
Prioridades, la chica por la que hice el largo viaje. Dormir sería para
después.
Bajé del autobús
cuidando de tener todas mis cosas conmigo. Conseguí el poco equipaje que había
llevado para el viaje. Me detuve un instante dejando mi maleta en el suelo,
puse mi mano detrás de mí cuello y suspiré. El aire olía distinto, era
agradable respirar en una ciudad un poco más limpia, sin tantas fábricas, sin
tantos autos. Era un extraño llegando a una ciudad con el objetivo de ver a una
sola persona. Mi viaje habrá valido la pena en el instante en el que la haya
encontrado.
Tomé mi maleta con
una mano y con la otra abría la sección de mensajes de mi teléfono. Temblaba un
poco, no hacia frio, pero los nervios de los que estaba muy consiente querían
apoderarse de mí. “No es tiempo para ponerse así…”, pensé. En el momento en el
que pudiera abrazarla estaba seguro que olvidaría cualquier rastro de
nerviosismo. El mundo entero se detendría y yo estaría bien con eso. La quiero,
en verdad que quiero a esa chica. Siempre me sorprendió la forma en que me pudo
conquistar con bromas, pláticas, fotografías y su forma tan peculiar de ser. Es
hermosa además, en verdad que lo es…
Los escalofríos
desaparecieron sin percatarme de ello. Entre los mensajes de mi teléfono tenia
uno pendiente de ella, “Trataré de estar ahí cuando tu autobús llegué a la
central, te quiero”. “Recibido hace 1 hora”, decía la información del mensaje. Sonreí,
sus palabras me hicieron notar aún más lo cercanos que estábamos ya.
Continué caminando
con mi maleta en una mano y el teléfono en la otra, tratando de escribir
torpemente un mensaje como respuesta para ella. “Ya estoy en la central ¿lo
estás tú también?”, terminé de escribir el mensaje y lo envié al mismo tiempo
que entraba en la central. Provocaba un poco de ansias, el saber si respondería
rápido o no, el saber si acaso no lo respondería porque ella ya estaba ahí. ¿Me
reconocería o no?
Busqué de inmediato
algún baño cercas, el viaje y el insomnio seguramente no fueron benévolos con
mi aspecto. Entré al primero que vi, deje la maleta en el suelo y me miré
frente al espejo. Estaba un poco despeinado por la pequeña siesta en el asiento
de autobús, nada del otro mundo. Revisé debajo de mis ojos tratando de hallar
ojeras a causa del sueño. Por suerte no hallé ninguna, después de todo no había
sido tanto el desvelo. Tomé algo de agua con las manos, peine mi cabello y lavé
un poco mi cara. Quité algunas arrugas de mi playera con mis manos, acomodé la
parte de abajo de mis pantalones y revisé que mis zapatos estuvieran limpios.
Recordé cada cosa que mira ella en un hombre y trate de asegurarme cumplir con
cada requisito o… bueno, al menos hice el intento. Tome mi maleta y salí del
baño listo para encontrarla.
Me detuve junto a
una pared, lleve mi mano de nuevo a mi cuello y miraba a todos lados tratando
de no verme demasiado sospechoso. Caminaba la gente junto a mí, me pasaba de
largo caminando en distintas direcciones ¿y dónde estaría ella? Nunca acordamos
un lugar en específico y sentía que la central era un lugar complicado para
encontrar a alguien.
El pensamiento de
que quizás podría estarme viendo en ese instante me alegraba y desesperaba al
mismo tiempo. Yo solo quería verla ya, ver un rostro “conocido” y hermoso
después de un viaje tan largo e incómodo. ¿Y cómo debería de reaccionar yo?
¿Tratarla como en una primera cita “Hola, que gusto verte” y un saludo con la
mejilla? ¿O darle un largo abrazo como si me hubiera ausentado varios años?
(No se conoce a la
chica de tus sueños todos días…)
Sonó mi teléfono
por un mensaje entrante, lo saque de mi bolsillo y revise de que se trataba. Un
mensaje de ella, justo lo que quería ver. “Voy un poco tarde, espérame unos
minutos ¿sí?”. Bien, quizás no quería leer algo como eso pero sabía al menos que
venía en camino. De alguna forma ese mensaje me dio un respiro de las ansias
que llevaba en cargando en el pecho, de saber si estaría ya a unos cuantos
pasos de mi o no.
Guarde mi teléfono
y me senté en una fila de asientos cerca de donde había estado de pie. Solo me
quedaba esperarla tratando de controlar cualquier pequeña señal de ansias o
nervios. Lo admito, fue inútil.
Miré al techo,
después a mis zapatos, llevaba apenas unos segundos ahí y comenzaba a
desesperarme. Saque mi teléfono para hallar una buena canción como distracción
al mismo tiempo que buscaba mis audífonos en mis bolsillos.
“Hola guapo”,
escuché que alguien dijo aquello justo detrás de mí. Me voltee extrañado de
quien podría ser, no pensé nada, ni siquiera lo sospeche. Era ella, de pie
detrás de mi asiento riéndose de la expresión en mi cara. Aun no podía creerlo,
la esperaba en unos minutos más, sin embargo estaba ahí, justo detrás de mí,
con esa sonrisa que siempre había amado en fotografías. El mundo en ese
instante se detuvo. Éramos nosotros dos en una estación de autobuses donde solo
importábamos ella y yo.
Se acercó a mí y me
besó la mejilla al mismo tiempo que me abrazaba poniendo sus brazos alrededor
de mí cuello. Habíamos dejado de estar en realidades diferentes. Estaba ella
ahí y yo con ella, mandando al carajo cada uno de los kilómetros que la mayoría
del tiempo llegábamos a odiar. Sentía sus brazos alrededor de mí, tan cálida
como siempre la imagine. Puse los míos alrededor de ella y la abrace también.
Los asientos entre nosotros hicieron ese primer saludo un poco incómodo. No
importó. Solo disfrutamos en ese primer abrazo que había demorado demasiado. Mi
mundo se detuvo… y nuestra distancia de redujo a cero.
III
Ella se reía aun
por la pequeña mentira que me yo me había tragado por completo. Agregó algo de
sorpresa a ese encuentro que estaba ya demasiado planeado. ¿Y porque lo hizo?
Soy el tipo de persona que se hace preguntas tontas que en realidad no vienen
al caso. Ella sonreía, sabiendo que me preguntaba justamente el porque de su
mensaje.
Sonreí yo también
soltando una pequeña risa. “Seguramente ya me habías visto cuando mandaste ese
mensaje. ¿No era más fácil llamar mi atención? ¿Acercarte a mí? Algo que fuera
más sut…” le dije, pero ni siquiera me dejó terminar de hablar. Se acercó a mí
de un momento a otro y me plantó un beso entre mi mejilla y mis labios. Los
suyos se sintieron tan suaves a pesar de haber durado sido solo un instante.
Que tentación y que forma tan perfecta para callarme de una vez.
Me miró, con esos
ojos detrás de los cristales de sus gafas y me sonrió, sabiendo que ese beso
valía más que cualquier explicación que ella pudiera darme. Le sonreí yo
también, olvidándome de cualquier reclamo o broma tonta que quisiera hacer en
ese momento. La abracé por la cintura al mismo tiempo que la acercaba a mí. Su
figura siempre me había encantado, la calidez y la suavidad de su cuerpo provocaba
querer abrazarla por siempre.
Ella me rodeó con
sus brazos también, acomodando su cabeza en mi hombro. El aroma de su cabello
entraba a mi cuerpo con cada respiro. Un perfume más delicioso que cualquiera
que pudiera haber inventado en sueños. Los murmullos de la central de autobuses
se habían extinguido. En esa fracción de minuto solo existía ella y el sonido
de su respiración, haciendo eco en ese abrazo que duró una eternidad que
quisiera repetir a diario.
Se sentía tan
cómodo estar entre sus brazos y ella en los míos. Un refugio que había estado
esperando no solo durante el viaje, si no desde el momento en el que me enamoré
de ella. Volví a la realidad cuando un bostezo involuntario exigió algo de
aire. Se percató de aquello y se separó un poco de mi para verme a los ojos.
“¿No dormiste bien en el camino?” preguntó dándose cuenta de la expresión de
cansancio en mi cara. “No demasiado”, le dije sonriéndole, tratando de no
tomarle demasiada importancia a las horas de sueño que me hicieron falta.
“Deberías de ir a
dormir un poco antes de salir hoy a algún lado”, sugirió ella. La idea no me
gustaba del todo ¿Desperdiciar horas durmiendo cuando podría estar con ella,
salir a pasear, comer algo juntos, conocer la ciudad? Creía que podía soportar
descansar hasta el final de día, aún era de mañana y no iba dormir en ese
momento solo para compensar unos cuantos bostezos. “No, así estoy bien, en
serio”, le dije tratando de convencerla, de nuevo, de que el sueño que cargaba
en mis ojos no era la gran cosa.
Me miró con los
ojos entre cerrados, sabiendo muy bien que lo decía solo por decir. Yo le
sonreí y con abrazo le dije: “créete un poco lo que te digo”. Dejé de rodearla
con mis brazos para sacar mi teléfono de mi bolsillo y busqué un poco por los
menús. “¿Sabes que deberíamos hacer?”, le dije tratando de cambiar un poco el
tema, “buscar el hotel para dejar ahí mis cosas”, le dije mostrándole la
dirección que había guardado yo en mi teléfono.
“Ni siquiera
tenemos que buscarlo, te había dicho que yo ya sé dónde está”, dijo aquello al
mismo tiempo que fruncía el ceño. Cuando vi esa expresión en su rostro me
recordó a las caritas que me escribía en nuestras conversaciones, siempre las
usaba cuando yo no entendía algo que ella estaba cansada de explicar. No me
opuse a lo que dijo, ella tenía razón, yo escribí la dirección solo por ser
precavido (y por el pensamiento paranoico de que al llegar a la ciudad ella
podría no aparecerse).
Salimos de la
central de autobuses, hablando de lo curioso que era el ya estar juntos. Uno
caminando a lado del otro después de haber estado separados por cientos de
kilómetros. Conversar con ella se volvió algo más, algo que pocos llegamos a
apreciar entre la rutina de ver alguien a diario. El escucharla reír, el ver las
expresiones de su rostro, los gestos que hacía con sus manos. Todo era en vivo,
y yo me sentía vivo también.
Nos invadió un
pequeño silencio entre la conversación. No fue un silencio incomodo,
simplemente nos tomamos un descanso de la conversación. Una que no se había
detenido desde que salimos de la central. Seguimos caminando con un paso lento
pero constante, en mi mano llevaba yo mi maleta que hacía sonar sus ruedas en
la acera, y en mi hombro colgaba mi mochila.
Volví la mirada
hacia ella sin detenerme ni recudir el paso, contemple al sol levantándose
sobre ella, los rayos de sol se deslizaban entre su oscuro cabello y hacía
brillar el tono claro de su piel. Sus labios rosados tentaban a mis ojos,
observarlos de perfil se volvió en ese instante todo un privilegio. La mezcla
entre ese momento y su belleza fue algo increíble.
Volteó hacía a mí y
me sorprendió perdiéndome en los detalles de su rostro deslumbrados por el sol.
Me sonrió y yo le sonreí también. Hubo ahí una conversación sin palabras que
duro una fracción de segundo, conversamos en ese instante más de lo que lo
habíamos hecho por escrito durante meses y casi años. Seguimos caminando, sin
dejar de mirar hacia adelante tome su mano que estaba ya a unos cuantos
centímetros de la mía. Pude observar como sonrió de nuevo.
Recuerdo como una
sonrisa se dibujó en mis labios sin ni siquiera pensarlo. Seguimos conversando
el resto del camino. Hablando de una cosa y de la otra. Extrañas y graciosas,
todo aquello sin dejar de caminar ni separaros de las manos un solo instante.
Sus dedos encajaban perfectamente entre los míos. Lo creí y lo sigo creyendo.
IV
Nunca había pedido
un cuarto de hotel, pero las muchas películas que he visto fueron suficientes
para parecer que lo había hecho antes. Subimos hasta el segundo piso ella y yo,
conversando y bromeando sobre cualquier cosa. Abrí la puerta con llave de mi
habitación y dejé que entrara primero. Dejé la maleta cerca de mi cama y la
mochila encima.
No te mentiré, me
recorrían un poco los nervios en ese momento. Yo con una chica hermosa, solos
en un cuarto de hotel. Siempre tuvimos conversaciones sobre qué haríamos cuando
estuviéramos juntos. Ese momento había llegado y yo no sabía exactamente qué
hacer. Cúlpame por no ser un tipo espontaneo.
“¿Puedo ducharme?
Se me hizo tarde en la mañana y no me dio tiempo de bañarme”, me dijo de pronto
mientras buscaba alguna toalla cerca del baño. “Ohm, claro, yo debería de
usarlo primero por ser mío, pero está bien”, le dije en plan de broma mientras
le sonreía. Ella rio e hizo una mueca. “Esta bien, no me tardo”, me guiñó el
ojo y cerró la puerta del baño.
Trataba inútilmente
de sacar cualquier pensamiento acerca de lo que estuviera ocurriendo detrás de
esa puerta. La mente me traicionaba. Me senté en el borde de la cama con mi
teléfono en las manos. Pensé en recostarme unos instantes, no sé, quizás algo
interesante ocurriría cuando ella saliese de ducharse. No sabía si estaba
dejando volar demasiado mi imaginación, pero la idea no le desagradaría a nadie.
Recosté mi cabeza
en la almohada y entre cerré los ojos un instante. No supe más, definitivamente
me quedé dormido de un momento a otro. Típico de mí dormir cuando menos lo
deseo.
Pasaron unos
minutos solamente hasta que desperté, sin moverme demasiado de mi lugar. Sentí
alguien junto a mí que deslizada su mano sobre mi cabeza. Era ella, recostada
junto a mí, aún con sus manos tibias por el agua caliente de la regadera y con
aroma a shampoo. Me acariciaba el cabello con una mano al mismo tiempo que
tomaba la mía con la otra.
Mechones de cabello
cubrían parte de su rostro, ahora sonrosado por el baño que acababa de tomar.
Parecía perfume el que sentía salir de su cabello, de su cuerpo. Podría morir
sin ninguna protesta si pudiera aspirar ese aroma hasta quedarme dormido para
siempre. Sus manos tibias se paseaban por mi cabeza, provocaba una relajación
tan grande que casi noqueaba los sentidos.
Vio mis ojos entre
abiertos, se dio cuenta de que había despertado. No se detuvo, siguió
acariciando mi cabello al mismo tiempo que se acercaba y me plantaba un beso en
la mejilla. De nuevo me percate del enorme sueño vuelto realidad que era sentir
sus labios. Unos hermosos labios que podría acariciar con los míos dejando de
lado los segundos, los minutos. Jugar con ellos al lenguaje que se olvida de
las palabras. Conversar enmudecidos escuchando nuestra respiración, nuestros
palpitares. Intercambiar trozos de alma entre cada movimiento de los labios.
Me sonrió, pero la
extrema relajación provocada por sus caricias me hizo imposible responderle con
una sonrisa. Con las pocas fuerzas que tuve me acomode un poco mejor, la rodee
con el brazo y la acerqué a mí. Se recostó a mi lado y acomodó su cabeza en mi
pecho. Mi corazón aumentó el volumen y velocidad de sus latidos al sentirla tan
cerca de mí.
Cerró sus ojos y
soltó un pequeño suspiro. Hubo una mescla preciosa del sonido de su
respiración, el aroma de su cabello perfumado, la tibieza de su cabeza sobre mi
pecho y el cansancio que asaltaba aun a la parte de mi cuerpo que quería
permanecer despierta. El pensamiento de soñar a su lado terminó por
convencerme…
No dijimos nada más
en ese instante. Nos quedamos dormidos juntos en esa callada habitación de
hotel. Dormir era lo último que quería. Ella puso mis pensamientos en mi contra
con esas caricias y ese beso en la mejilla. La suavidad de sus manos y el aroma
de su cabello conquistaron cada latido que escuchó mientras se recostaba en mi
pecho.
Fue indescriptible.
Nuestra distancia reducida a cero.
(…)
Atardecía. El día entero se había quedado con más de una conversación,
con más de una sonrisa de sus labios, con más de un par de abrazos. Soplaba el
viento, hacía bailar las hojas, despeinaba su cabello.
Caminábamos juntos por el parque cuyas veredas aprendí de memoria. Las
farolas comenzaron a encenderse al mismo tiempo que moría el sol en el
horizonte. Aun había luz, una luz suficiente para pintar de acuarela el cielo
de naranja y lavanda. Aceleró ella el paso, invitándome a seguirla sin
preguntar a donde se dirigía.
Se detuvo bajo un árbol cuyos retoños se asomaban en sus ramas,
haciendo la lucha por crecer y encontrarse con la luz y el viento. Había césped
debajo de él, el asiento perfecto para disfrutar de los últimos rayos de sol.
Me senté y la invité a que lo hiciera también. Se sentó entre mis
piernas acomodando su cabeza junto a la mía. La rodee con mis brazos por la
cintura mientras tratábamos de estar lo más cómodos posible. Apoyé mi cabeza en
la suya y dibuje en mi mente el aroma de su cabello. Guardo hasta hoy esa
pintura de aromas en mi cabeza.
No eran necesarias las palabras. Era nuestro sereno silencio y la
música que tocaba el viento. Movió su cabeza y se acercó más a mí. Comenzó a besarme
en el cuello con la suavidad de la seda en sus labios. Jugó con ellos en mi
piel tentándome a querer robarle un beso para guardarlo por siempre. Provocaba
un cosquilleo que erizaba al alma de placer. Las manos se movían
involuntariamente acariciando su cintura, mis labios exigían un roce de los
suyos.
Me voltee sin pensarlo y besé sus labios de seda con la delicadeza que
ella merecía. Eran tan suaves, eran deliciosos, como pétalos de rosa
acariciando la punta de los labios. Sabía que la cúspide de mi vida estaba
resguardada en ese primer beso. Se volvió un emblema para un día perfecto con
la chica perfecta.
Erizaba la piel, alimentaba los sentidos hasta dejarlos saciados.
Ignoro cuanto duró pues el tiempo se olvidó de nosotros y nosotros de él. La
besaba, la sentía, la acariciaba, intentando extender ese instante hasta la
eternidad. Guarde la sensación de sus labios en los míos. Aun los siento cuando
recuerdo nuestro primer beso.
Sopló el viento como recordatorio de una noche que poco a poco se
ponía sobre nosotros. La abracé más fuerte y ella lo hizo también, tratando de
resguardar la tibieza que en ese instante nos acobijaba. Nos miramos,
sonreímos. Bastó el silencio, bastó ese beso.
Me acerqué a ella y besé su frente, agradeciéndole sin palabras una tarde
y noche que sigo amando hasta el día de hoy. Me abrazó como respuesta, fue
suficiente para ella y lo fue para mí también.
Nos pusimos de pie, y le dimos una última mirada al atardecer que ya
estaba terminando. Nos tomamos de las manos y recorrimos el camino por donde
habíamos llegado, recordando ese atardecer, ese primer beso, esas caricias,
esos abrazos. La realidad superó a todo lo imaginado.
Besar en un instante así a la chica de quien había estado enamorado…
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