Recuerdo buenos días. Platicas que se imprimían en los ojos,
llegaban a la mente conectada con el alma. Palabras que rayaban en la poesía.
Ella, chica sin rostro, yo, un arremedo de poeta. Juntos en realidades
diferentes divididos por una pantalla de computador. Escribíamos con palpitares
directos del corazón. Hablaba ella de amores reales, de los que traicionaban,
los generadores de sonrisas, de latidos desenfrenados. Y el joven que se creía
poeta imaginaba amores que nunca llegaron.
Atardecían amores que parecían romper con lo ordinario.
Nuestras cabezas se empapaban con una lluvia ficticia que generaban los malos
días, los fracasos de amor, las esperanzas que se quedaban dormidas. Yo la
tenía a ella, ella me tenía a mí y ambos teníamos palabras que se comprendían
las unas a las otras. Cuando el querer y el amar parecían ficción podíamos
estar de acuerdo. ¿Yo? Yo sentía que me entendía. Efímera compasión por el
joven que aún no hallaba el amor.
Escribía, como un impulso inconsciente de querer hablarle
con palpitares. Inspiraba, se volvió una musa aún más grande que un otoño
perfecto, que un cielo pintado con acuarela, que una estrella fugándose al
infinito. Recuerdo buenos días, donde el autor se aferraba a su inspiración.
Parecíamos comprendernos entre los años que se deslizaban a través del
calendario. Entre las palabras sin un límite conocido que se escribían como
poesía improvisada.
En realidad la quería, en realidad me importaba…
Y ella volvía a enamorarse dando la ilusión de un tiempo que
corría más apresurado que lo usual. Seguía solo, en la misma situación, con una
mente que resguardaba una esperanza que se había cansado de las mismas palabras.
De la compasión convertida en rutina. Ella cambiaba como el amor le decía, yo
estaba igual que siempre y ella no lo entendía.
(¿Recuerdas cuando hablábamos y decías que me comprendías?).
Recuerdo habernos perdido en alguna parte entre la
indiferencia y la distancia. La poesía dejo de ser constante. Me encontré con
una chica que cambiaba un poco cada día, como arena en un reloj que se vacía.
Nos volvimos indiferentes a nuestras vidas, dejando nuestras
conversaciones en una esquina lejana en nuestras cabezas. Se olvidó la antigua
rutina (el hablar a diario, el escribir, el creernos necesarios).
Somos desconocidos con nombre. No sé quién es y no sé si lo
supe algún día. Escucho canciones que me recuerda a aquello, esos casi lejanos
buenos días.
(¿Sabes que me gustaba? Que era ella quien comenzaba las pláticas.
Era ella quien saludaba).
Y nos perdimos al vendarnos los ojos. Solo sabíamos de
nuestros mundos, nos dejamos de importar el uno al otro. Hice un intento,
recobrar las largas conversaciones en un itinerario donde ya no hay espacio. Hay
personas más importantes que aquel intento de poeta que podía escucharla por
horas. En su vida no hay tiempo para volver al pasado.
(Lo supe cuando tuvimos la oportunidad de vernos y
simplemente lo dejó de lado)…
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