“A diez mil millas de
donde comenzó...”.
Fue por el sonido de voz. Ese sonido que causaba caricias y
escalofríos sobre la piel. Recorrían la espalda, se anidaban en el cuello. Por
esa voz que sonaba siempre melodiosa. La voz que susurraba con dulzura un “Yo
también te quiero” momentos antes de quedar profundamente dormida. La que reía,
la que cantaba curiosas melodías. La voz que relataba un día entero, problemas,
anécdotas y fastidios. Aquella que nos recordaba los planes, las promesas, las
ideas.
Podría haberte
escuchado una eternidad y media.
Fue por ser solo como ella sabe serlo. Por esas
conversaciones que comenzaban al amanecer y parecían no tener fin. Por la
manera en la que relataba sus historias. Por ser graciosa, por entender y
seguir las bromas. Provocaba risas hasta causar dolor de estómago. Era cariñosa,
a veces grosera. Reía de mí y conmigo. A media tarde, a media noche. Fue por la
fortaleza que siempre demostró. Por las cosas que enseñaba cada cierto tiempo
sin tener la intención. Cosas simples, sí, pero cosas que me harán recordarla de
por vida.
Por ser quien eres. Por
ser mucho más de lo que a la chica ideal pedía.
Fue por nuestras promesas. Por nuestros planes que parecían
rayar en la eternidad. Ella y yo, juntos en un punto en el futuro que deseaba
ya vivir. Por estar juntos, por las escenas ficticias que nos divertían y
entristecían en partes iguales. Las ideas y los sueños. Las noches tomados de
las manos, las tardes que podríamos pasarlas juntos jugando. Por vivir a
minutos de distancia algún día. Por lo ideal que parecía todo aquello resonando
en sus labios y en los míos como un utópico futuro. “Estarás conmigo y yo
estaré contigo”. Fue por la manera en que podíamos soñar sin limitantes. Por
todo aquello que creíamos que existía después del primer encuentro, del primer
viaje.
Estar juntos,
querernos. Todo aquello más constante.
Fue porque ella me quería y yo la quería también. Por esa
distancia que parecía esfumarse con el primer mensaje del día. Por las sonrisas
que provocaba mientras leía cada una de sus palabras. Con ella jamás me sentía
solo. Siempre estaba ahí y yo intentaba estar siempre ahí para ella. Fue por la
sensación de querer cambiar todo por ella. Por el equilibrio perfecto que era
el querer y ser querido. Fue por quererla sin condiciones. Por enamorarme sin
caricias ni abrazos. Sin besos ni miradas. Fue por desearla conocer de
principio a fin, sin importar el tiempo, sin importar la distancia. Desee hacer
aquello sin saber lo inmensamente enamorado que terminaría al final de la
historia.
Porque no sabía que
por ti desearía hacer cualquier cosa.
Fue por lo hermosa que me parecía (y me sigue pareciendo).
Por volverse la definición de una chica preciosa. Era su cabello oscuro y
largo. Liso u ondulado. Adoraba la manera en la cubría parte de su rostro y
bajaba por sus hombros. Fue por la suavidad y el tono claro de su piel. Por mi
obsesión del delineado de sus ojos detrás del cristal de sus gafas. Por su
mirada que atravesaba distancias imposibles, realidades separadas. Por su
sonrisa en cada una de sus facetas. La forma, color y suavidad de sus labios.
Tan ideales, tan necesarios. Fue por la sumatoria de todo aquello. Por volverse
perfección, por haber salido de un sueño que nunca llegué a tener.
Tú lo sabías. Y estoy
seguro que lo dije más de una vez.
Por todo aquello que hace que ames a una mujer. Por todo
aquello y un paso más. Fue por cada palabra, cada suspiro, cada sonrisa. Fue
por lo improbable y la casualidad. Por completar los días, por iluminar las
mañanas. Lo hizo sin planear nada y de la misma manera lo hice yo también.
Hablamos, nos conocimos, olvidamos a la distancia y la creímos vencida (o al
menos así lo creí yo). Fue por la chica que superaba a todo lo imaginado, a
todo pronóstico que podía venir inclusive de la mente más soñadora. Por querer
dar todo por escucharla repetir las
palabras que creímos al empezar.
Fue todo por ella.
Fue todo por ti.
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