martes, 12 de febrero de 2013

Primer beso [K]


Atardecía. El día entero se había quedado con más de una conversación, con más de una sonrisa de sus labios, con más de un par de abrazos. Soplaba el viento, hacía bailar las hojas y despeinaba su cabello.
Caminábamos juntos por el parque cuyas veredas aprendí de memoria. Las farolas comenzaron a encenderse al mismo tiempo que moría el sol en el horizonte. Aun había luz, una luz suficiente para pintar con acuarelas el cielo de naranja y lavanda. Aceleró ella el paso, invitándome a seguirla sin preguntar a donde se dirigía.

Se detuvo bajo un árbol cuyos sus verdes retoños se asomaban en sus ramas, haciendo la lucha por crecer y encontrarse con la luz y el viento. Había césped debajo de él, el asiento perfecto para disfrutar de los últimos rayos de sol de un día que estaba ya culminando.

Me senté y la invité a que lo hiciera también. Se sentó entre mis piernas acomodando su cabeza junto a la mía. La rodee con mis brazos por la cintura mientras tratábamos de estar lo más cómodos posible. Apoyé mi cabeza en la suya y dibuje en mi mente el aroma de su cabello. Guardo hasta hoy esa pintura de aromas en mi mente.

No eran necesarias las palabras. Era nuestro sereno silencio y la música que tocaba el viento. Movió su cabeza y se acercó más a mí. Comenzó a besarme en el cuello con la extrema suavidad de la seda en sus labios. Jugó con ellos en mi piel tentándome a querer robarle un beso para guardarlo por siempre. Provocaba un cosquilleo que erizaba al alma de placer. Las manos se movían involuntariamente acariciando su cintura, mis labios exigían un roce de los suyos.

Me voltee sin pensarlo y besé sus labios de seda con la delicadeza que ella merecía. Eran tan suaves, eran deliciosos, como pétalos de rosa acariciando la punta de los labios. Sabía que la cúspide de mi vida estaba resguardada en ese primer beso.

Se volvió un emblema para un día perfecto con la chica perfecta. Erizaba la piel, alimentaba los sentidos hasta dejarlos saciados. Ignoro cuanto duró pues el tiempo se olvidó de nosotros y nosotros de él. La besaba, la sentía, la acariciaba, intentando extender ese instante hasta la eternidad. Guarde la sensación de sus labios en los míos. Aun los siento cuando recuerdo nuestro primer juego con los labios.

Sopló el viento como recordatorio de una noche que poco a poco se ponía sobre nosotros. La abracé más fuerte y ella lo hizo también, tratando de resguardar la tibieza que en ese instante a ambos nos acobijaba. Nos miramos, sonreímos. Bastó el silencio, bastó ese beso.

Me acerqué a ella y besé su frente, agradeciéndole sin palabras una tarde y noche que sigo amando hasta el día de hoy. Me abrazó como respuesta, fue suficiente para ella y lo fue para mí también.

Nos pusimos de pie, y le dimos una última mirada al atardecer que ya estaba terminando. Nos tomamos de las manos y recorrimos el camino por donde habíamos llegado, recordando ese atardecer, ese primer beso, esas caricias, esos abrazos. La realidad superó a todo lo imaginado.

Besar en un instante así a la chica de quien había estado enamorado…