sábado, 26 de enero de 2013

La musa y el poeta (Desconocidos con nombre)


Recuerdo buenos días. Platicas que se imprimían en los ojos, llegaban a la mente conectada con el alma. Palabras que rayaban en la poesía. Ella, chica sin rostro, yo, un arremedo de poeta. Juntos en realidades diferentes divididos por una pantalla de computador. Escribíamos con palpitares directos del corazón. Hablaba ella de amores reales, de los que traicionaban, los generadores de sonrisas, de latidos desenfrenados. Y el joven que se creía poeta imaginaba amores que nunca llegaron.

Atardecían amores que parecían romper con lo ordinario. Nuestras cabezas se empapaban con una lluvia ficticia que generaban los malos días, los fracasos de amor, las esperanzas que se quedaban dormidas. Yo la tenía a ella, ella me tenía a mí y ambos teníamos palabras que se comprendían las unas a las otras. Cuando el querer y el amar parecían ficción podíamos estar de acuerdo. ¿Yo? Yo sentía que me entendía. Efímera compasión por el joven que aún no hallaba el amor.

Escribía, como un impulso inconsciente de querer hablarle con palpitares. Inspiraba, se volvió una musa aún más grande que un otoño perfecto, que un cielo pintado con acuarela, que una estrella fugándose al infinito. Recuerdo buenos días, donde el autor se aferraba a su inspiración. Parecíamos comprendernos entre los años que se deslizaban a través del calendario. Entre las palabras sin un límite conocido que se escribían como poesía improvisada.

En realidad la quería, en realidad me importaba…

Y ella volvía a enamorarse dando la ilusión de un tiempo que corría más apresurado que lo usual. Seguía solo, en la misma situación, con una mente que resguardaba una esperanza que se había cansado de las mismas palabras. De la compasión convertida en rutina. Ella cambiaba como el amor le decía, yo estaba igual que siempre y ella no lo entendía.

(¿Recuerdas cuando hablábamos y decías que me comprendías?).

Recuerdo habernos perdido en alguna parte entre la indiferencia y la distancia. La poesía dejo de ser constante. Me encontré con una chica que cambiaba un poco cada día, como arena en un reloj que se vacía.

Nos volvimos indiferentes a nuestras vidas, dejando nuestras conversaciones en una esquina lejana en nuestras cabezas. Se olvidó la antigua rutina (el hablar a diario, el escribir, el creernos necesarios).
Somos desconocidos con nombre. No sé quién es y no sé si lo supe algún día. Escucho canciones que me recuerda a aquello, esos casi lejanos buenos días.

(¿Sabes que me gustaba? Que era ella quien comenzaba las pláticas. Era ella quien saludaba).

Y nos perdimos al vendarnos los ojos. Solo sabíamos de nuestros mundos, nos dejamos de importar el uno al otro. Hice un intento, recobrar las largas conversaciones en un itinerario donde ya no hay espacio. Hay personas más importantes que aquel intento de poeta que podía escucharla por horas. En su vida no hay tiempo para volver al pasado.

(Lo supe cuando tuvimos la oportunidad de vernos y simplemente lo dejó de lado)…